Antes de que pudiera decir una solo palabra más, Kaspar me empujó contra la
pared y comenzó a recorrerme el cuello con los labios. Se le agitó la respiración
y sentí su fuerza, su poder, su hambre. Su aliento no me calentó la piel como lo habría
hecho el de cualquier otra persona, sino que me dejó helada y provocó que un
escalofrío me recorriera los hombros y los brazos. Sentí que mi corazón latía de
manera irregular, tan frenéticamente que las venas de mis muñecas pugnaban por
atravesarme la piel.
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